Como en estos comienzos del s. XXI, el s. XIV fue también una época de profunda crisis económica debido, en parte, a las muertes que dejó la peste negra. En todo el Reino de Castilla y León la situación se agravó con la inestabilidad política e la guerra civil que entronizó a la dinastía de los Trastámara.
Galicia vive dos siglos en una guerra permanente: un reino de carácter periférico, alejado del poder debilitado de la Corona castellano-leonesa, que tuvo que hacer continuas concesiones a la nobleza local para mantener su soberanía sobre el territorio. La crisis económica le dió alas a la nobleza para hacer lo que quisiese y la corona miraba a otro lado con la escusa de compensarles por el descenso de las rentas impuestas a sus vasallos, perseguidos por la peste, las malas cosechas, la sequía y la violencia generalizada.
En el s. XIV también se reactivó el conflicto entre el arceobispado y el ayuntamiento compostelano, con la revuelta de 1317-20. Esta sublevación hizo triunfar la violencia como mecanismo de resolución de conflictos y así seguirá siendo hasta el momento culminante de la Gran Guerra Irmandiña, en 1466.
Los malos usos de la nobleza fueron esgrimidos como casus belli en el primer asedio a la fortaleza y consigió unir ciudades y clases sociales (burguesía, campesinado y pequeña nobleza) en la Hermandad de sublevados que acabaría por destruir el castillo. Pese al monumental despliegue tecnológico del castillo, orgullo de un mundo medieval en transición a la modernidad, cayó delante de la desesperación del pueblo en armas.