De origen noble, pero no gallego sino castellano, fue nombrado arzobispo de Santiago en 1460, aunque compartió temporalmente el poder con su tío Alonso I de Fonseca, arzobispo de Sevilla, quien se encargó de solucionar la situación conflictiva que había Compostela tras la destrucción del castillo y el convulso mandato de Rodrigo de Luna.
Al año siguiente, debe ocupar efectivamente su puesto aunque se niega a abandonar Sevilla. De ahí la conocida frase: «quien fue a Sevilla, perdió su silla». En 1462 sufrió prisión en Vimianzo y tuvo que exiliarse también tamporalmente. Finalmente, regentó la cátedra arzobispal en Compostela hasta 1507.
Es uno de los personajes clave en el bando nobiliar que se enfrentará a los Irmandiños y, además, el último arzobispo con poder militar. De su labor constructiva hablan la Torre del estribo de la catedral, hoy Torre del Reloj, y algún pazo en la ciudad. Completó la destrucción del castillo de Rocha Forte, después del ataque de los Irmandiños, trasladando gran parte de los sillares para reconstruir el castillo de Pico Sacro.