Las excavaciones arqueológicas en el castillo permitieron documentar numerosas puntas de flecha de arco y dardos utilizados como proyectiles de bayesta. Algunas de ellas incluso conservan parte del vástago interno de madera carbonizado.
Estas puntas de proyectil se recubrían de grasa animal, cera o aceite para incrementar su capacidad de penetración. Miden entre 30 y 40 cm de largo y contaban con estabilizadores de cuero o madera, ya que las plumas de ave no resistían el empuje que recibían cuando eran disparadas. Estos proyectiles presentan formas pensadas para atravesar las cotas de malla y dificultar su extracción una vez alcanzado el cuerpo del enemigo.
Este armamento ofensivo, formado por arcos y ballestas, era fundamental para el desarrollo de las guerras de asedio. Esta es la razón de que sean el armamento más exhumado en las intervenciones arqueológicas en asentamientos fortificados europeos de la Baja Edad Media. Una idea del poder letal de esta arma nos la da el hecho de que el papado prohibiera su uso en las guerras entre cristianos por considerarlo un artilugio diabólico.
Eran utilizadas tradicionalmente por la infantería, el extracto social más bajo del ejército. Pese a que tenían un alcance, potencia y efectividad más grande que el arco, contaba con un importante inconveniente: la lentitud de carga entre disparo y disparo, ya que para tensar la cuerda había que utilizar incluso los pies. En ese momento, el ballestero se convertía en un blanco perfecto.